UN NIÑO NECESITA UNA LITERATURA QUE LO FORME ESTÉTICA Y VIVENCIALMENTE, QUE LE PROPONGA MENSAJES DE VIDA, DE PAZ, DE AMOR, DE AFECTO, DE TERNURA. UNA LITERATURA QUE LO AYUDE A PENSAR, QUE LE OFREZCA, A TRAVÉS DE SUS TEMÁTICAS, LA POSIBILIDAD DE ELECCIÓN, DE ALTERNATIVAS. LA LITERATURA NO "SIRVE PARA" ENSEÑAR NADA. LA LITERATURA ENSEÑA POR SÍ MISMA, PORQUE ES ARTE.
Susana Itzcovich, "El placer de leer".
AHORA CUENTOSSSSSSSS...
EL PODER DE KIMIKÚ
Cuento tradicional africano
Érase una vez una hechicera mala, tan mala como una bruja, llamada Karabá. Vivía en una casona enorme muy cerca de una aldea que estaba bajo sus poderes. Todos le temían, no había hechizo o transformación que no pudiera realizar.
Cuando los niños se convertían en muchachos, debían trabajar para ella durante el día y por las noches los mantenía encerrados en la torre más alta de su caserón.
En esa misma aldea vivía una mujer que tenía dos hijos grandes y esperaba el tercero.
Y llegó el día en que los mayores tuvieron que partir a la casa de la bruja y la madre quedó llorando muy afligida.
De pronto, notó que su enorme panza se movía mucho y una voz se escuchaba desde adentro:
-¡Quiero salir! ¡Quiero salir!
El bebé nació sin ayuda, se paró solo inmediatamente y dijo:
-¿Cúal es mi nombre?
- Un niño que nace solo puede elegir cómo llamarse- le dijo su madre.
- Entonces me llamaré Kimikú.¿Dónde están mis hermanos?
La madre estaba tan sorprendida que no podía responder. Vio al niño vestirse y salir de la casa. Todavía no sabía que su hijo no era un niño común. Kimikú tenía tantos poderes como Karabá y había venido al mundo para salvar a su pueblo.
El pequeño Kimikú alcanzó a sus hermanos y les pidió que lo llevaran con ellos.
- No puedes ser nuestro hermano-le dijeron-. Tú no habías nacido cuando salimos de casa.
Entonces, con sus poderes mágicos, Kimikú se transformó en un sombrero que su hermano encontró en el camino.
-¡Qué buena suerte! Me protegerá de la lluvia y del sol- dijo sin saber que también podría protegerlo de los hechizos de Karabá.
Cuando la bruja lo vio, le ordenó que se sacara el sombrero y lo tirara a la basura. Inmediatamente Kimikú se transformó en un anillo que el otro hermano encontró en su dedo, muy sorprendido.
-Planten esta semilla de calabaza, y por la noche tráiganme cincuenta calabazas dulces- les ordenó Karabá-. Si no lo hacen, los encerraré en la torre para siempre.
Los dos muchachos se sintieron desolados. Jamás podrían sembrar la semilla y cosechar calabazas en el mismo día.
-Esos es imposible- dijeron, pero la bruja respondió con una carcajada.
Claro que no bien estuvieron en el campo, Kimikú volvió a su forma de niño.
Sembró la semilla y con un hechizo hizo aparecer inmediatamente un campo repleto de calabazas maduras. Sus hermanos, contentos, juntaron cincuenta.
Karabá recibió las calabazas.¿Cómo habían hecho para lograr lo imposible?
-¡¿Quién tiene más poderes que Karabá?! ¡¿Quién?!- gritaba sin parar.
Los hermanos de Kimikú la miraban asustados hasta que ella, observándolos con sus ojos de bruja le dijo al menor:
-¡Dame tu anillo!
El muchacho se lo entregó con pena. La bruja lo miró con mucha atención y cuando lo puso en su sedo empezó a hincharse como un globo y aunque quiso sacárselo ya no pudo. Primero se le infló el dedo, después la mano, el brazo, todo el cuerpo de la hechicera se hinchaba y se hinchaba flotando en el aire ante la risa de todos.
Kimikú volvió a su forma normal y dijo a sus hermanos:
-¡Corren a casa con nuestra madre!
El pequeño entonces se dirigió a la torre y abrió el candando que cerraba la puerta. Los muchachos allí encerrados salieron felices y también corrieron, mirando a la bruja que seguía subiendo y subiendo.
En la aldea todo fue alegría y la paz duró varios meses, mientras la hechicera anduvo volando entre las nubes.
Pero un día acertó con el hechizo que le devolvió su forma y volvió decidida a vengarse del pequeño Kimikú.
Karabá no podía soportar que en la aldea hubiera un niño tan poderoso, y su único deseo era atraparlo.
Una mañana, cuando despertaron, vieron que un árbol nuevo había crecido en el centro de la aldea. Era un árbol muy especial, porque tenía todo tipo de frutos. Bananas brillantes, melones dulces, papayas y naranjas jugosas colgaban de las ramas más altas.
Uno por uno, los niños empezaron a subir al árbol para saborear las frutas, pero cuando Kimikú salió de su choza les dijo:
-¡No suban!¡Ese árbol es una trampa de la hechicera!
Pero los niños no quisieron escuchar a Kimikú. Estaban tan alegres disfrutando de los riquísimos sabores que no quisieron bajar de ningún modo.
Cuando todos los niños estuvieron arriba del árbol y parecían pájaros cantando y riendo, las ramas empezaron a moverse como si un viento extraño las empujara. Los niños se adormecieron por efecto de la fruta. Silenciosamente, cada rama se fue transformando en una reja y todo el árbol, en una cárcel que caminaba hacia la casa de la hechicera. Las madres gritaban asustadas porque el árbol se llevaba a sus niños.
Cuando el árbol llegó a los jardines de Karabá un enorme pozo se abrió en la tierra y allí fueron a parar los niños, que ahora dormían profundamente.
En la aldea estaban muy tristes otra vez y no encontraban una forma de recuperar a los pequeños.
Nadie sabía que Kimikú estaba preparando un plan para salvarlos. Usando otra vez sus enormes poderes se convirtió en una hormiga y caminando muy ligero se dirigió a la casa de la bruja.
Una vez allí, buscó en cada habitación sin que nadie lo viera, pero los niños no estaban por ningún lado. Kimikú ya se daba por vencido cuando le pareció escuchar un murmullo que venía de debajo de la tierra.
Kimikú hormiga cavó un túnel y encontró a los niños, que estaban despertando, asustados y sin saber cómo salir de esa oscura cueva.
-No tengan miedo-les dijo-,soy Kimikú y vine a buscarlos.
Entonces, convirtió a los niños en hormigas y entre todos cavaron un túnel que asomó en el jardín.
Ayudándose unas a otras, las hormigas fueron saliendo del túnel y muy contentas empezaron a caminar en una larga fila hacia la aldea.
Karabá, muy contenta por haber hecho el mal, decidió festejar dándose un baño en el lago.
Caminado por sus jardines cuando vio una fila de hormigas que marchaba rápidamente hacia la aldea.
La malvada hechicera se agachó para verlas mejor.
-Qué raro...-dijo-;nunca había visto hormigas en mi jardín.
Toda la hilera temblaba de miedo, mientras la bruja observaba hacia dónde se dirigían.
-¡Qué buena idea, hormiguitas!-dijo de pronto-.Vayan para la aldea y coman las plantas y los árboles, ¡así esa gente se sentirá más desdichada aún! ¡ja ja ja!
Y con mucho cuidado saltó la fila de las hormigas para no pisar a ninguna y siguió su camino.
Todos los niños hormigas llegaron sanos y salvos a la aldea. Ni bien entraba cada uno en su casa, se convertía en niño otra vez, para alegría de su familia.
¿Todos? Todos no.
Kimikú se había trepado a la pierna de la hechicera y estaba picándola una y otra vez.
-¡Ay ay ay!-gritaba ella rascándose, mientras los que la veían se divertían pensando: "¡Cómo baila Karabá!"
FIN